El Crimen de la Culebrina: Noticia publicada el 25 de agosto 1904 sobre un crimen acontecido en la pedanía de la Culebrina.
En el término rural de la Culebrina, correspondiente al municipal de Lorca, distante unas seis leguas de esta ciudad y lindante al oeste con Vélez Blanco y Vélez Rubio y al norte con Caravaca, se ha descubierto un crimen horroroso que reviste caracteres de refinada crueldad, de feroz salvajismo. […]
A las doce de la noche del día 25 de febrero salió de su domicilio situado en la Culebrina, José Antonio
Belmonte Caparros, de 28 años de edad, casado y con tres hijos menores. No regresó a su domicilio y a pesar de las gestiones practicadas por su familia, nada pudo saberse acerca de su paradero.
En el sitio conocido por “Los ojos del Luchena” próximo al nacimiento del río de este nombre y a la Culebrina, vive Agustina Gil Martínez, conocida por la tía Chiripa y tenida por los campesinos de aquellos contornos en concepto de bruja o hechicera.
Sea porque cerca del domicilio de esta hay una casa de baños a donde acuden los habitantes de las diputaciones inmediatas, o porque la superstición de aquellos les lleve con frecuencia al lado de la tía Chiripa para consultarla y revelarle secretos en busca de extraordinarios remedios, de sibilíticas adivinaciones o de augurios, es lo cierto que esta vieja se halla al corriente de la vida y milagros de todos los que residen en unas cuantas leguas a la redonda del paraje en que Agustina habita.
Con tales conocimientos, con malicia, y con el “natural talento” que suple a la instrucción de que carece la tía Chiripa, puede esta ejercer cierta superioridad sobre sus ignorantes convecinos, así es que cuando aquella dijo a varios de estos que había soñado que José Antonio Belmonte Caparros había sido asesinado y enterrado en el pajar del cortijo de Juan Belmonte Merlos, acentuándose vehementemente las sospechas leves que de ello tenían los habitantes de la Culebrina. Sin embargo, fue preciso que hace pocos días la tía Chiripa repitiese que había vuelto a tener el mismo sueño para que la familia del desaparecido tomase con decisión cartas en el asunto.
El día 12 del actual presentándose en el Juzgado de instrucción de este partido el padre de José Antonio
Belmonte Caparros, denunciando que se sospechaba que la desaparición de su hijo obedecía a un crimen y que sus sospechas recaían sobre Juan Belmonte Merlos; dándose con este motivo órdenes al Pedáneo de la Culebrina a fin de que dicho sujeto compareciese inmediatamente en la escribanía de D. José Felices.
En la mañana del 16 del corriente se presentó de nuevo en el Juzgado el padre de José Antonio Belmonte Caparros, acompañado de un cuñado de este, diciendo que eso de las doce del día anterior había empezado a observarse fuego y humo en el horno de cocer pan, del cortijo de Juan Belmonte Merlos y como se notaban olores nauseabundos, iguales a los que despide el cuerpo humano en descomposición.
Apreciaban que los dueños del cortijo, aprovechando la circunstancia de que sus convecinos se hallaban en misa con motivo de la festividad de la Virgen, habían desenterrado el cadáver de José Antonio Belmonte, lo habían introducido en el horno y le habían pegado fuego; confirmándoles además en su creencia, los hechos de que, al ser citado el Juan Belmonte para comparecer ante el Juzgado, el matrimonio envió sus cinco hijos a casa de sus abuelos maternos, y al criado a su casa, a pesar de que no le tocaba salir pues solamente lo hacía el día festivo en que debía cambiar de ropa y esto no le era necesario en la ocasión en que se le mandó que se ausentara del cortijo.
Estas circunstancias y la muy significativa de que Juan Belmonte y su esposa Antonia Gómez abandonaron el cortijo dejando cerradas todas sus puertas, indujeron al padre y cuñado de José Antonio Belmonte a formular, con sobrado fundamento, su gravísima denuncia.
En virtud de la denuncia anterior, el Juzgado acordó salir inmediatamente para el lugar del suceso. Habiendo tenido el Juez noticia fidedigna de que los autores del crimen se hallaban en Lorca, antes de
salir para la Culebrina dio órdenes a la guardia civil para su busca y captura.
Salieron a eso de las seis de la tarde para el lugar del suceso el Juez del partido D. José Avoca, el escribano D. José Felices, el médico forense D. Miguel García Alarcón, el oficial de la escribanía don Antonio Rojo y el Alguacil de servicio.
A las nueve y media de la noche llegó el Juzgado a la Zarcilla de Ramos, donde se confirmó que los dueños del cortijo se hallaban en Lorca, pues a eso de las nueve de la noche del día anterior, les vieron marchar en dirección a la ciudad montados en una mula y en una borrica.
El Juzgado, en vista de la imposibilidad de continuar su viaje de noche, pernoctó en la Zarcilla de Ramos, de donde salió para la Culebrina a primeras horas del día siguiente. Es tan accidentado el camino que desde la Zarcilla conduce a la Culebrina, que el carruaje donde iba el Juzgado, hubo de detenerse a mitad de la cuesta, apeándose los viajeros y montados en burros traspusieron el collado del “Carril” desde cuya cumbre se divisaba la extensa hondonada que semejando una natural e inmensa “palangana” formada por las altas y escarpadas sierras que la circundan, sirvió antiguamente de embalse a las aguas del viejo Pantano de Valdeinfierno.
A las siete y media o las ocho de la mañana llegó el Juzgado al lugar del suceso y se abrió la puerta
principal del cortijo con la llave que el criado presentó diciendo que su amo la había dejado en casa de
su suegra.
Reconocido el horno fueron hallados huesos calcinados que el médico forense opinó eran de persona y que se recogieron en una pequeña cesta por si convenía someterlos al oportuno análisis.
Se tenía la creencia de que el cadáver había sido extraído por la pajera descrita; pero al abrir la ventana que comunica con el pajar se vio que en ella había telas de araña y la paja tan compacta y apretada que al punto se comprendió que por allí no habían sido sacados los restos de José Antonio Belmonte, como tampoco por la puerta del pajar que da al O del cortijo.
En esta parte de la diligencia el Sr. Juez dio pruebas de gran perspicacia y tino. Se había encontrado en una de las cámaras del piso superior un trozo de bufanda de color oscuro, impregnado de una sustancia que se comprendió era el “betún”, que se forma durante el largo período de la descomposición de un cadáver.
De aquí dedujo el Juez, que no siendo lógico que el trozo de tela referido se hubiese dejado allí expresamente, el cadáver había sido extraído por el piso superior de la casa.
Con este convencimiento, el Juez examino la pequeña cámara y, separando un montón de efectos de esparto allí colocados para despistar, observó que en la pared medianera con el pajar, y frente al boquete de entrada a la cámara, aparecía recientemente tapado con piedra y barro arcilloso otro boquete de iguales dimensiones que aquel.
Por el último de los citados boquetes fue extraído el cadáver de José Antonio Belmonte, después de desenterrado de la fosa. Esta, que mide unos dos metros de larga por unos ochenta centímetros de ancha y profunda y abierta a lo largo de la pared, desde la puerta del pajar que da al corral hacia la cámara, fue hallada derribando por orden del Juez la obra de piedra y barro arcilloso que tapaba dicha puerta y extrayendo la paja. En la cámara fue hallada la soga que sirvió para la ascensión del cadáver y el Juzgado se incautó de esta como del trozo de bufanda.
Comprobada la denuncia en todas sus partes, el Juez empezó a recibir de varios testigos las necesarias declaraciones de las que no nos hemos podido enterar por la extremada reserva con que el proceso se instruye: habiendo adquirido después la noticia de que la viuda y uno de los pequeños hijos de José Antonio Belmonte al exhibirle el trozo de tela que sirvió de pista para descubrir por donde fue extraído el cadáver del pajar, lo reconocieron como parte de la bufanda que llevaba aquel la noche que abandonó su
domicilio.
Terminadas las diligencias, después de cerrar todas las puertas, el Juzgado guardó las llaves y regresó a Lorca, a donde llegó a las once de la noche del día diez y siete.
A las doce de la noche del mismo día fue detenida la dueña del cortijo, la que ingresó en la cárcel, y al día siguiente compareció ante el Juzgado prestando su primera declaración y confesándose, según de público se asegura, autora única del asesinato de José Antonio Belmonte, del enterramiento de este y de su extracción y cremación en el horno.
Dice que mató a José Antonio Belmonte porque quiso abusar de ella y explico la extracción del cadáver diciendo que lo ató por los pies con una soga de esparto y desde el boquete de la pequeña cámara que está a unos dos metros y medio de altura del suelo del pajar, lo elevó ella sola, lo introdujo en la cámara, lo colocó en un grande capazo de esparto y lo condujo ala masadería introduciéndolo en el horno.
Agregó que para ejecutar estas operaciones mandó al criado, a su casa y a sus cinco hijos a la de sus
abuelos.
Antonia tiene unos treinta años de edad y es excesivamente cínica, viéndosela sonreír con frecuencia
durante el tiempo que estuvo esperando a que el juez la llamase. En uno de los momentos de espera se desprendió de unas tijeras que con una cinta llevaba suspendidas de la cintura y las entregó al guardia municipal que la condujo desde la cárcel. Uno de los alguaciles lo observo y recogiendo las tijeras las entregó al Juez. No comprendemos como la procesada pudo conservar en su prisión dichas tijeras con las que pudo haberse suicidado, de ser otro su carácter y mayores sus remordimientos.
Próximamente, al medio día del 18 del actual, fue detenido por la guardia civil, junto al fielato de San
José, el dueño del cortijo, que venía en un carruaje y en compañía del abogado de este Colegio D. Antonio Pinilla Mateos, asegurándose públicamente que en casa de este entró el detenido y le entregó una cantidad en billetes del banco, que según rumor público se hace ascender a quince mil pesetas.
En la primera declaración prestada por el preso nótese su primera contradicción con la que dio su esposa; pues mientras esta afirmó que su marido nada sabía del crimen, Juan Belmonte dijo que cuando recibió la orden para comparecer ante el Juzgado, Antonia le manifestó el objeto de la citación: acordando entonces el desenterramiento y cremación del cadáver, en cuyas operaciones el declarante confesó que había ayudado a su esposa.
En la tarde del día 18 compareció en el Juzgado la tía Chiripa, la que declaró conforme a las manifestaciones que públicamente había hecho; explicando sus sueños como consecuencia natural dé la obsesión que en ella produjo el convencimiento que adquirió del asesinato de José Antonio Belmonte desde el momento en que supo su desaparición.
Añadió que tal convencimiento se debe a que estaba enterada de los antecedentes relativos a la partición de los bienes del difunto padre de Juan Belmonte y a que supo que este, creyendo que la reclamación que sus hermanos le hicieron de los bienes que ocultó, eran efecto de las declaraciones de José Antonio Belmonte, aquel dijo a este: “Te juro que te he de matar”.
Tanto esta como las anteriores declaraciones son el compendio de las públicas versiones, por lo que al
insertarlas lo hacemos sin responder de su veracidad.
Hace próximamente cinco años vivían en el cortijo, teatro del crimen, el matrimonio hoy procesado, el padre del marido y el hombre asesinado. Falleció el padre de Juan Belmonte y, según general afirmación de los habitantes de la Culebrina, este se apoderó y ocultó, además de ciertas cantidades de trigo y ganado, otra cantidad de cinco mil duros en metálico.
Algún tiempo después fue despedido del cortijo el criado José Antonio Belmonte, y, como este se hallaba enterado de las interioridades de la casa y los demás hermanos de Juan Belmonte le reclamaron la partición de los bienes sustraídos y ocultados, creyó el matrimonio que todo ello era obra del criado despedido al que juraron matar.
¿No podría ser el móvil del crimen el cumplimiento de juramento tan terrible?
Así lo cree la opinión general; sin embargo, dejemos su averiguación a pericia del Juez, y quiera Dios que en la continuación del sumario sea aquella tan grande como la que, demostró al descubrir donde fue enterrado el cadáver y por donde y como fue extraído del pajar.
Se ha cometido un crimen horroroso con tan agravantes circunstancias y con tan espeluznantes detalles,
que la indignación rebosa en los pechos de los honrados habitantes de esta ciudad que, seriamente alarmada, demanda el ejemplar castigo de los delincuentes.
Al propio tiempo, como se asegura que estos poseen, además de considerables bienes muebles, inmuebles y raíces, cantidades en dinero que se afirma no bajan de diez mil duros y como circulan muy alarmantes rumores, se ha condensado en la atmósfera de la opinión general tan espesa nube de pesimismo, que no se disipará hasta que quede satisfecha la vindicta pública.
Esperamos que la reconocida perspicacia del Sr. Juez sabrá evitar que el dinero sirva para comprar testigos que prueben falsas coartadas y desfiguren los hechos, e indicios, o para otros fines encaminados
a burlar la acción de la Justicia.
Y estos son los hechos ocurridos durante el mes de agosto de 1904 en la pedanía de la Culebrina, según lo detalla una de las crónicas de la época y que en las siguientes imágenes os dejo aquí íntegramente.
Muchas gracias, muy interesante el relato.